Desde las noches del hombre primitivo, este aprendió que era bueno, y necesario reunirse, que el fuego era útil, daba luz y calor, extendía el sentido de la vista en la oscuridad que lo rodeaba. Cercado por sus propios temores descubrió y valoró la compañía del otro. Aprendió a agruparse, de noche a cielo abierto en torno al fuego. En estas circunstancias el fogón nos pone en contacto con las más primitivas y elementales experiencias humanas.